La evolución -muy sabiamente- nos programó a todos para evadir el dolor (gracias a esto es que hemos sobrevivido), pero una consecuencia de esto es que tendemos a evitar TODO tipo de dolor, tanto físico como psicológico, y por ende cualquier experiencia que nos parezca dolorosa. Esta evitación normalmente viene con un precio muy alto: en muchos casos, lo que hacemos para evadir el dolor nos causa más daño que el dolor en sí mismo.
¿Cómo más daño? Por ejemplo, el tomar en exceso, consumir alguna sustancia para “anestesiar” la ansiedad que nos llega al hablar en público. Otro ejemplo puede ser eso que hacemos para sabotear una relación importante cuando nos sentimos observados y comprometidos. Es asombroso que tan frecuentemente y a veces, sin darnos cuenta, tomamos desiciones para evitar sentir dolor.
Y no solo esto, el intentar eliminar este dolor emocional paradójicamente nos lleva a aumentarlo. Por otro lado, el aceptar el dolor, el malestar, lo que no nos gusta… tener la voluntad de vivirlo sin intentar controlarlo, ha demostrado disminuirlo.
¡Ojo! Esta disminución es sólo un extra, ya que el verdadero propósito de la aceptación no es disminuir el dolor, sino estar más cómodos sintiéndolo. De hecho, el objetivo de disminuirlo no es algo muy diferente a tratar de eliminarlo, y por lo general, resulta contraproducente.
La aceptación no se trata tanto de sentirnos mejor sino de poder hacer cosas mejores. Como evitar que el tener hambre nos lleve a comer en exceso, o sentir ansiedad a aislarnos totalmente de la sociedad. Al aceptar e incluso abrirle un espacio a experiencias tan dolorosas, impedimos el caer en esos comportamientos que no queremos y que a menudo, son los que nos dirigen.
Al aprender a reconocer eso que hacemos cuando tratamos de evitar el malestar (una habilidad que requiere muchísima práctica) nos volvemos capaces de sentir el dolor sin juzgarnos. Con práctica, por ejemplo, podemos pasar de pensar “la ansiedad es mala” a “estoy sintiendo ansiedad”. ¿Lo ves?. De igual forma, cuando los pensamientos difíciles aparecen, por ejemplo, “no valgo nada” podemos intentar repetirlo una y otra vez hasta que pierdan todo su significado, y que se conviertan solo en palabras y sonidos, esto puede ayudarnos a recordar que los pensamientos son solo historias que aparecen en nuestra mente y no verdades absolutas.
De esta manera, al aprender a no juzgar nuestros sentimientos dolorosos, y quitarle el significado a nuestros pensamientos, podemos reducir ese deseo de deshacernos de ellos y empezar a hacerlos parte de nuestra vida.
Esto nos ayuda entonces con el verdadero objetivo de la aceptación: evitar que el malestar se interponga en lo que queremos en nuestra vida, de nuestras metas y nuestros seres queridos. La aceptación no significa permitir que nuestros problemas se queden sin resolver, sino aceptar los pensamientos y sentimientos dolorosos que surgen invariablemente cuando ocurren problemas para que no nos impidan tratar de resolverlos.
Un psicólogo puede ayudarte a encontrar el camino que quieres seguir en tu vida y brindándote las estrategias necesarias para ir de la mano con el malestar que tanto evitamos.
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