Imagina que estás en el mar, el clima es agradable y el agua llega a tu cintura; mientras disfrutas el día logras ver que una grande ola se aproxima; además de alta, la ola es tan fuerte que llega a intimidar a cualquiera, pero en definitiva no es una ola mortal; como esto es meramente hipotético imaginemos que sólo puedes tomar una de dos opciones: dar un paso atrás y huir momentáneamente de la ola o dejar que la ola pase sobre ti y sufrir momentáneamente su atropello.
La decisión no parece ser tan difícil; la primera opción es aparentemente la más sencilla y práctica, dar un paso atrás es fácil y en esta circunstancia tiene completa lógica. Al dar un paso atrás efectivamente te alejas de la ola, sin embargo el retroceder no hace que la ola desaparezca, la ola sigue su camino y a cada paso que retrocedes notas que la ola se hace un poco más grande e intimidante, haciéndonos creer cada vez que es menos lógico no hacer nada para impedir que la ola nos alcance. Por lo tanto la segunda opción, dejar que la ola pase sobre ti, que implicaría ser arrojado, perder el control, quedar llenos de arena, privarnos momentáneamente de oxígeno, incluso llegar a lastimarnos un poco, se vuelve a cada paso más y más absurda.
En este escenario, si nosotros decidimos dar un paso atrás cada vez que la ola se acerque, con el tiempo seremos presa de una inmensa ola, que aunque no es mortal, nos aterra demasiado y bajo ninguna circunstancia consideraríamos dejarnos llevar por ella; algunas personas podrían pensar “lo mejor es huir por completo de esta ola” o “debo correr lo más rápido posible para evitarla” sin embargo, la cada vez más grande y aterradora ola habrá de alcanzarnos tarde o temprano; también es posible que algunas personas piensen “por qué la ola es más grande si yo no me he metido con ella” o “por qué la ola sigue aquí si tengo mucho tiempo haciendo todo lo posible por escapar de ella”, es común que algunas personas no logren entender por qué la ola es cada vez más grande y aterradora y así, sin quererlo ni entenderlo pasarán huyendo gran parte de su vida, viviendo en miedo y angustia por una ola que a cada paso que retroceden se vuelve mas grande y aterradora, haciéndonos ver aquellos días de mar, donde el clima era agradable y el agua llegaba a nuestra cintura como recuerdo muy viejo ya casi inalcanzable.
¿Qué ocurriría si se dejara de huir ante la ola? ¿qué hay de esa alternativa que casi nadie toma, o por lo menos no como primera opción? Sabemos que la ola no es mortal, así que no podrá matarnos pero sabemos que es abrumadora e intimidante, así que de seguro tendremos sensaciones desagradables. Al ser inevitablemente rebasados por la ola lo que ocurriría es que nos daría vueltas y nos llenaría de arena, nos desconcertaría, sentiríamos desesperación, por un momento no sabríamos dónde es arriba y dónde es abajo, así que nadar tal vez no sea la mejor opción en ese momento, sentiríamos la falta del aire porque literal, no podemos respirar, sentimos mucho miedo, miedo a morir o a la idea de que nuestra vida será siempre de esa manera, sentiremos miedo a que la próxima ola sea mucho peor que esta; creeremos que nada de provecho saldrá de no luchar por nuestro bienestar, creeremos que no podremos resistir una ola más.
Lo que se pierde de vista es que las olas no duran por siempre y que si elegimos la segunda opción, tarde o temprano, después de la ola podremos ponernos de pie, sacudirnos y respirar de nuevo; es justo advertir que en ese momento cuando creemos que todo está bien, notaremos que otra ola se aproxima y de nuevo debemos tomar la decisión de dar un paso atrás o dejarnos llevar por la ola; es una ola alta y abrumadora, pero al verla bien, notamos que es un poco menos alta y aterradora que la anterior, si nos dejamos llevar por esta ola sin duda sufriremos de nuevo; después vendrá otra ola, otra y otra y cuando dejamos de huir y luchar notamos poco a poco que las olas ya no son más altas y aterradoras sino todo lo contrario, notamos que las olas son cada vez más y más pequeñas, menos aterradoras, duran menos tiempo, son menos altas y tienen menos fuerza; a ese punto tal vez podríamos incluso aprender a disfrutar de las olas. Al mirar a nuestro al rededor notamos que no somos los únicos a quienes afectan esta ola y comprendemos que dentro de la naturaleza del mar, las olas son inevitables y así como en veces el mar está en calma, algunas veces sus mareas son violentas y no hay nada de malo en ello, y, aunque hay muchas cosas que podemos hacer, quitarle al mar sus olas no es una de ellas.
Muchas veces nuestras emociones, recuerdos o pensamientos (sobre todo los desagradables) son como esa ola. Cuando huimos de ellos, cuando hacemos lo posible para no sufrir por ellos, cuando damos un paso atrás, sin querer los hacemos más y más grandes. Aunque de inicio no tenga mucho sentido, a veces lo mejor es dejarse llevar por la ola, experimentar sin resistencia esos pensamientos y emociones en lugar de evitarlos, aunque eso implique sentirnos peor por un momento, porque así como las olas forman parte de la naturaleza del mar, las emociones, también las desagradables, son parte de vivir.
¿Qué harás la próxima vez que tengas una emoción, una sensación, un recuerdo, o un pensamiento desagradable? ¿Darás un paso atrás o dejarás que la ola te lleve sin oponer resistencia? ¿Cuál crees que sería la mejor decisión a mediano y largo plazo?
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Versión corta
Imagina una gran ola. Cuando se acerca nos da miedo y por instinto nos alejamos de ella, pero al alejarnos, la ola se vuelve más fuerte y atemorizante y aparentemente sigue persiguiéndonos, así, mientras más te alejes de la ola, más grande se volverá y terminará siendo tan fuerte en proporción a cuánto te alejas; en cambio, si no sucumbes a la ola, ni a las subsecuentes, el atropello será fuerte de inicio pero si seguimos sin sucumbir, sin duda será cada vez menor.
Muchas veces los problemas son exactamente igual; nuestros pensamientos, recuerdos o emociones son desagradables de inicio, pero si huimos de ellos, sin saber, lo único que haremos es hacerlos más grandes y darles más importancia; en cambio, si no sucumbimos de los mismos y al contrario los aceptamos tal cual, aunque al inicio nos atormenten un poco, al final se volverán cotidianos y menos importantes, permitiéndonos ser más flexibles y paradójicamente emocionalmente más estables al abandonar la lucha por la estabilidad emocional.
Nota importante
La metáfora de la ola persigue los mismos objetivos que la metáfora de la arena movediza utilizada en el ACT; dentro de la práctica clínica en Centro Integral de Psicología se formuló la metáfora de la ola y se explicaron ambas metáforas a los pacientes, en charlas y consultas posteriores se logró identificar que los pacientes parecen recordar mejor o identificarse más con la metáfora de la ola.
Es importante remarcar que el éxito del tratamiento no se desprende de la metáfora por si misma sino de los efectos del tratamiento en su totalidad. De ahí que se extienda esta invitación a utilizar, investigar y/o mejorar la metáfora de la ola en la práctica clínica dentro del contexto correspondiente, en el entendido de que se propone no como una alternativa de tratamiento sino como una herramienta aplicable en los tratamientos conductuales que ya cuentan con respaldo empírico.
Dentro de la tercer ola de tratamientos conductuales, llamadas también terapias verbales, la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) ha sido la favorita dentro del ámbito clínico por su solides empírica, su novedosa implicación práctica y su parsimonia con los principios conductuales y otras ciencias como la biología. A pesar de ser un tratamiento relativamente nuevo ya se encuentra en la lista de tratamientos con respaldo empírico de la American Psychological Association (APA) para problemas de ansiedad, trastornos obsesivos compulsivos, dolor crónico y psicosis, aunque en este último no se busca directamente la reducción de los síntomas de la psicosis sino mejorar la capacidad de hacer frente a los síntomas psicóticos y reducir el malestar.
Dentro de la práctica clínica, todo terapeuta que ha tratado pacientes con un trastorno obsesivo-compulsivo cuyas compulsiones son rituales cognitivos, sabe el reto que representa aplicar el tratamiento cognitivo-conductual convencional. Un reto similar encontramos cuando ayudamos a personas con crisis de angustia sin agorafobia o trastornos de ansiedad generalizada, debido a que se dificulta el acceso a lo necesario para una terapia de exposición; en otras palabras, es muy fácil realizar una terapia de exposición para una fobia específica comparándolo a una crisis de angustia sin agorafobia ya que en este último no sabemos cómo producir la ansiedad para desensibilizar al paciente y la exposición interoceptiva no se compara en si a un verdadero ataque de ansiedad. Dicho lo anterior, la aproximación desde el ACT busca el abandono de la lucha por controlar aquellos pensamientos y sensaciones desagradables, así como erradicar las conductas de escape y evitación encontradas normalmente en los problemas de ansiedad y pretende lograrlo: 1) estableciendo un estado de desesperanza creadora, 2) hacer ver que el problema es el control, 3) diferenciar entre la persona y la conducta, 4) abandonar la lucha contra las emociones y pensamientos y finalmente 5) establecer el compromiso de actuar. Los métodos y componentes utilizados en el ACT para lograr dichas metas son básicamente tres: metáforas, paradojas y ejercicios experienciales.
Las metáforas, particularmente en el contexto clínico tienen un eco importante en los pacientes, pues logran identificarse con ellas y comprender la realidad que les atañe; ayudan a explicar la función de las conductas de escape y evitación, ayudan a hacer ver que todo lo realizado hasta ese momento no ha funcionado y que sería lógico dejar de hacer lo mismo, enseñan que sin querer las conductas del paciente han contribuido a que el problema se mantenga o empeore y más importante, generan una disposición al cambio y al abandono de conductas que no han mostrado servir, tal como habitualmente sucede en casi todos los trastornos de ansiedad.
A continuación se relata una metáfora que se ha implementado en pacientes del Centro Integral de Psicología y que ha funcionado como una herramienta útil para explicar al paciente de manera muy sencilla la función de las conductas de escape y evitación, ayudándole a identificarlas y provocando una disposición a no luchar contra los sentimientos y pensamientos desagradables ayudando a la flexibilidad psicológica que se intenta conseguir y facilitando también la voluntariedad de los pacientes a las terapias de exposición y auto-exposición.
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