Gran parte del contenido de autoayuda y bienestar que se promueve actualmente consiste en un flujo interminable de afirmaciones. Estas frases reconfortantes nos dicen que estemos donde estemos en la vida, estamos «destinados» a estar allí. Nos felicitan por ser exactamente quienes somos.
Lo entiendo. El sentimiento es realmente reconfortante, pero ¿qué pasa si, y permíteme explicar esto un momento, esto no siempre es cierto?
Hay muchas citas que hablan sobre confiar en que estás exactamente donde debes estar y que eres quien necesitas ser. Y aunque se sienten bien al leerlas, a menudo no representan nuestra realidad. Tal vez no estés donde o seas quien quieres ser.
A veces necesitamos cambiar, a veces necesitamos crecer y a veces necesitamos salir de un trabajo, una relación o una situación. En ocasiones, lo que nos está sucediendo no estaba «destinado» para nosotros, sino que es solo una consecuencia de nuestras decisiones.
Claro, todo sucede por una razón, y a veces esa razón eres tú… Es un pensamiento inquietante, ¿verdad?
El problema de pensar que todo siempre está como «debería» es que:
- Nos roba la responsabilidad de la vida que vivimos.
- Puede hacer que sintamos que una realidad diferente no está destinada para nosotros.
- Puede convertirse en una excusa para no crear cambios.
- Puede evocar sentimientos de vergüenza por la insatisfacción que sentimos.
- Puede hacernos sentir impotentes.
- Puede hacer que la vida parezca insignificante.
Llegar a la incómoda conclusión de que eventualmente las cosas no están «bien» puede llevarnos al cambio. Tal vez hayas notado un patrón de lastimar a las personas, tal vez sigas cometiendo los mismos errores o tal vez simplemente no te gustes a ti mismo. No tienes que seguir siendo esta versión de ti. Puedes tomar decisiones para corregir el rumbo. Puedes empezar a descubriendo quién eres, por qué estás aquí y especialmente, hacia dónde quieres ir. Recuerda que este contenido no busca de ninguna manera suplir una terapia psicológica. Si consideras que necesitas ayuda, ve al psicólogo… ¡tú lo vales!